Constantinopla a punto de caer y nosotros discutiendo cuántos tontos caben en la cabeza de un alfiler.
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Un niño de 10 años crea una moneda, la promueve en un stream, saca 30.000 dólares y cierra el stream desapareciendo de todos lados.

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rfog
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Peni
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rfog
60 days ago
Tonto no es, xdddddd
Peni
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Pero un pelo cabrón ... XDDDD
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1972- EL SUEÑO DE HIERRO – Norman Spinrad

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Puede que una de las razones por las que la figura de Hitler haya ejercido tanta atracción y durante tanto tiempo en tantos escritores de CF es que, durante el siglo XX, hubiera algo de filonazi en las machistas fantasías de poder de una parte del género. El escritor norteamericano Norman Spinrad así lo comprendió y decidió denunciarlo a través de una novela ucrónica, “El Sueño de Hierro”, nominada al Premio Nébula de 1973.

 

“El Sueño de Hierro” es un libro difícil de comentar. Se trata de una obra extraña y a menudo incomprendida que es, a la vez, producto de un genio y un montón de basura ideológica. Y esto es así no por casualidad. Spinrad, un genio subestimado, sabía muy bien que estaba escribiendo una inmundicia.

 

Norman Spinrad fue un escritor de CF de espíritu anarquista y progresista que a principios de los años 70 residía en Inglaterra, habiendo encontrado acomodo entre la nueva generación de autores de CF adscritos a la Nueva Ola. Él y su amigo, el editor y autor Michael Moorcock, hablaban un día sobre como construir una novela de Espada y Brujería. A Spinrad se le ocurrió que la naturaleza misma de la CF pulp necesitaba de un buen baño satírico. Hasta aquí, nada raro. Lo extraño es que la mayoría de las sátiras son divertidas, incisivas de una forma humorística. Este subgénero tiene una larga tradición en la CF que va desde Frederik Pohl a Douglas Adams pasando por Kurt Vonnegut. Sin embargo, “El Sueño de Hierro” es una sátira sin una pizca de humor, entre otras cosas porque su autor ficticio, Adolf Hitler, se toma muy en serio lo que escribe.  

 

La obra comienza con una breve semblanza de ese Hitler alternativo. Tras servir en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial, se asoció brevemente con el naciente partido nacionalsocialista, el cual abandonó por considerar ineficaz. En 1919, emigró a los Estados Unidos (consiguientemente, en ese futuro nunca estalló la Segunda Guerra Mundial) y en la década de los 30 se convirtió en ilustrador muy solicitado por los editores pulp, empezando más tarde a escribir artículos para fanzines de CF. Según se nos informa, era un individuo popular entre los aficionados tanto por su trabajo en esas revistas amateur como por sus ingeniosas bromas en las convenciones. Por desgracia, en la industria no era considerado más que como un estajanovista sin demasiado talento y pasó el resto de su vida en condiciones muy precarias.

 

No fue hasta su muerte por enfermedad (cuyos síntomas hacen pensar en la sífilis) que le llegó el éxito a través de una obra póstuma, escrita en solo seis semanas y en la que vertió todas las fantasías de poder y limpieza étnica cultivadas en Alemania y que nunca desaparecieron de su mente: “El Señor de la Esvástica”, cuyo texto ocupa la mayoría del volumen, el cual se cierra con un falso ensayo escrito por un tal Homer Whipple.

 

La ambientación de “El Señor de la Esvástica” es postapocalíptica. La mayor parte de la raza humana padece mutaciones inducidas por la radiación liberada durante una antigua guerra nuclear. Por suerte, hay una nación, Heldon, donde los Verdaderos Hombres luchan por preservar la pureza genética de la especie. Uno de ellos es el protagonista, Feric Jaggar, cuya familia, víctima de ciertas maquinaciones políticas, fue exiliada al impuro país vecino y obligada a vivir entre la horda de mestizos. “El Señor de la Esvástica“ narra la historia del regreso de Jagger a Heldon, sólo para encontrarse con una nación en decadencia donde mutantes y mestizos caminan libremente por las calles, una situación que le repugna. Enseguida, desenmascara un complot de los mutantes (dirigidos por telépatas) para apoderarse del país y mancillar la pureza genética de los últimos Verdaderos Hombres del planeta. Carismático, elocuente y apasionado, asciende rápidamente al poder enfrentándose primero a un gobierno corrupto y luego, apoyado por las masas enfervorizadas, uniendo a toda la nación en una guerra total con la que limpiar la Tierra de subhumanos genéticos, en especial los que rigen en el maléfico reducto mutante de Zind (obvio trasunto de la Unión Soviética de nuestra realidad). Al final, Jaggar comienza incluso un proyecto para colonizar las estrellas mediante clones de sí mismo y sus puras tropas de élite.

 

“El Señor de la Esvástica” satiriza no sólo el estilo pulp sino ciertas tendencias derechistas tanto en las novelas de ciencia ficción como en las de fantasía, criticando fenómenos como el patriotismo exacerbado o el militarismo, que constituyen el caldo de cultivo de esas obras y que, en el mundo real, allanaron el ascenso de Hitler al poder. El grueso del texto, por tanto, no es sino una larga, tediosa y apasionada diatriba nazi en la que, con un estilo copiado del habitual en las revistas pulp de los años 30 y 40, se dan cita los fetichismos, grandilocuencia ofensiva y delirantes fantasías racistas de un Hitler desatado que, sin embargo, no se alejan tanto de muchas aventuras clásicas de la CF protagonizadas por hombres fuertes que se lanzan a la acción desmesurada, librando batallas y más batallas, con una ausencia total de mujeres, enemigos que son criaturas inferiores y degeneradas, fetichismo de uniformes y armas y la defensa de violencia como única forma de resolver los problemas.

 

En su libro de ensayos “Science Fiction in the Real World” (1990), el propio Spinrad señalaría: “Para asegurarme de que hasta el lector históricamente ingenuo o totalmente ignorante entendiera la idea [de que de ninguna manera respaldo el fascismo], adjunté un falso análisis crítico de “El Señor de la Esvástica”, en el que un pedante tendencioso explicaba la psicopatología de la historia de Hitler con palabras de una sílaba. Casi todo el mundo entendió la idea…”. Pero en ese “casi” no entraron muchos miembros de la comunidad de escritores y aficionados, que se sintieron ofendidos por la acusación implícita en “El Sueño de Hierro” de que, de algún modo, la CF fue cómplice del fascismo. Aunque Spinrad fue nominado al Hugo en 1970 por “Incordie a Jack Barron” (otro hito de la Nueva Ola que, en su momento, causó cierta polémica), no sorprende –y hasta ratifica su crítica al fandom- que no lo volviera a ser tras la publicación de “El Sueño de Hierro”. Hubieron de pasar bastantes años antes de que el rencor se hubiera disipado lo suficiente como para permitirle presidir la Science Fiction and Fantasy Writers of America (SFWA), en dos ocasiones, de 1980 a 1982 y de 2001 a 2002.    

 

La guinda del pastel la añade Spinrad informándonos de que “El Señor de la Esvástica”, en esa realidad alternativa, ganó póstumamente el premio Hugo de 1954 (que en nuestra realidad fue concedido a “Fahrenheit 451”), enfatizando todavía más su tesis de que la CF y su fandom ocultan una ideología totalitaria bajo la fachada de sus heroicas ficciones. No es difícil imaginarse a ese Hitler como un fanático de la CF, un tipo tan entusiasta como aburrido que acorrala a sus víctimas en las convenciones parloteando sin parar sobre sus ideas mientras éstas asienten cortésmente buscando una escapatoria. A veces, este tipo de gente, como el Hitler escritor de esos años 30, cae en gracia. En la semblanza del personaje que abre “El Sueño de Hierro” se nos dice que, tras recibir el Premio Hugo “El Señor de la Esvástica”, los elegantes uniformes de cuero negro omnipresentes en sus páginas se pusieron de moda: “Más importancia tiene la popularidad del libro y el hecho de que la svástika y los colores inventados en la obra fueran adoptados por un espectro de grupos y organizaciones sociales tan amplio como la Legión Cristiana Anticomunista, distintas «pandillas de motociclistas al margen de la ley», y los Caballeros Norteamericanos de Bushido. Evidentemente esta obra de ciencia ficción ha tocado cierta cuerda de la mente contemporánea no comunista, y por eso mismo ha interesado mucho más allá de los límites estrechos del género de la fantasía científica”.  Esta ridícula idea, lamentablemente, no parece tan inverosímil como nos gustaría.

 

La premisa metaficticia con la que arranca la obra es original y prometedora: una novela dentro de otra que, a su vez, pertenece a una realidad alternativa. El problema es que la novela de Hitler es una lectura pesada y difícil. Hitler, incluso con la ayuda de Spinrad, resulta ser un autor de ciencia ficción terrible. Por más interesante que sea el metacomentario, no deja de ser una fantasía fascista pergeñada por un moribundo desequilibrado y amargado. El ascenso de Jaggar al poder y sus campañas en pro de la expansión de la raza aria se narran a base de repetitivos pasajes teñidos de violencia exaltada y fanatismo que no pueden sino aburrir y asquear al lector, quien, además, al adivinar con facilidad el desarrollo y desenlace de este delirio, caerá casi inevitablemente en el aburrimiento. Constando de más de 200 páginas, la novela dentro de la novela bien podría haberse recortado a la mitad, ahorrando al lector muchos de los desarrollos predecibles, evitando caer en la tediosa reiteración de ciertos pasajes y elementos y, no menos importante, igualando la extensión que solían tener las historias de la Edad de Oro que satiriza.

 

Spinrad está más que dispuesto a que el mensaje llegue alto y claro y para ello no le importa perder sutileza. Feric Jagger justifica el cínico asesinato del líder de los Hijos de la Esvástica, Stag Stopa, del mismo modo que Hitler lo hizo con el de Ernst Rohm, comandante en jefe de las SA. El autor nos obsequia con constantes referencias a mutantes que orinan y defecan incontrolablemente; un futuro en el que “fanatismo” es un término elogioso; las maniobras militares se llevan a cabo como si fueran un desfile y las batallas una ópera; hay recurrentes y obsesivas menciones a los colores rojo, blanco y negro y a las esvásticas (que adornan incluso las baldosas del suelo); y el genocidio y la esterilización forzada se presentan como actos misericordiosos. Spinrad copia también la prosa histriónica y obsesiva de Hitler en “Mein Kampf”, volviendo una y otra vez sobre ciertas obsesiones como la superioridad aria, la absoluta carencia de cualidades positivas entre los mutantes, el fetichismo por el cuero negro y las antorchas, las demostraciones multitudinarias de poder ante masas entregadas…

 

Pero quizá lo más llamativo e hilarante sea la obvia imaginería sexual presente en toda la novela: motocicletas con sus palpitantes motores vibrando entre las piernas de los conductores; el homoerotismo apenas disimulado entre Feric Jagger y Best; el ejército de Helder penetrando las formaciones de Zind; las formas fálicas de torres y cohetes; la escena final de los clones de Jagger, su “semilla”, ascendiendo a las estrellas en un cohete como metáfora de una eyaculación; y los omnipresentes garrotes que portan los Verdaderos Hombres. Aunque cuentan con tecnología avanzada, los soldados de Helder prefieren ir al combate con esos palitroques, siendo el de Jagger, por supuesto, el más impresionante y poderoso (de hecho, es una suerte de talismán cuasimístico, un Excalibur nazi).

 

Pero todo lo que de monótono y estomagante tiene “El Señor de la Esvástica” lo compensa el interesante epílogo pseudoacadémico de Homer Whipple, en el que analiza pormenorizadamente al Hitler autor. Reconoce, expone y amplía cada uno de los problemas que lastran la novela precedente, destrozándola junto con su autor de la forma más intelectual imaginable. El comentarista se siente incapaz de seguir la corriente de elogios que ha recibido esa obra por parte de crítica y público, considerándola un horror: “Ha de reconocerse que la novela tiene cierta fuerza tosca, en muchos pasajes; pero esa cualidad podrá atribuirse más a la psicopatología que a una habilidad literaria consciente y vigilada (…) la novela revela contradicciones internas aun en el nivel más grosero de la ciencia ficción comercial, indicaciones claras de que el contacto del autor con la realidad era cada vez más tenue, a medida que iba comprometiéndose con sus propias obsesiones, mientras escribía algo que había comenzado sin duda como otro mero producto comercial..”

 

En cuanto al protagonista, proyección del propio autor, Whipple afirma que: “Por supuesto, un hombre así podría conquistar el poder sólo en las fantasías extravagantes de una novela patológica de ciencia ficción. Pues Feric Jaggar es esencialmente un monstruo: un psicópata narcisista de obsesiones paranoicas”. Por otra parte, descarta las implicaciones ideológicas de la novela como un simple fantasma de la imaginación, no una obra que exponga un pensamiento potencialmente peligroso. Además, los acontecimientos narrados en “El Señor de la Esvástica” no coinciden en absoluto con la línea temporal alternativa de Whipple, así que su análisis se tambalea tratando de conectar los principales actores y países con lo que representan. Pero, por supuesto, todos sabemos que Hitler efectivamente mató a millones y sumió al mundo en una guerra larga y terrible.

 

En “El Sueño de Hierro”, Spinrad consigue algo interesante y original en el subgénero de las ucronías: adoptando un estilo netamente pulp, escribe como Hitler, ampliando muchos aspectos ya conocidos de su personalidad pero convirtiendo su perfil de líder nacional, carismático, poderoso e influyente en el de un autor frustrado que propaga la misma ideología pero convertida en fantasías desatadas en sus escritos de ficción. En este sentido, hay que elogiar la idea de Spinrad y lo hábilmente que supo desarrollarla. Por desgracia, los delirios fascistas de este Hitler alternativo no ofrecen una ficción entretenida ni convincente y las pocas más de trescientas páginas del libro pueden hacerse algo excesivas. Por otra parte, la sátira del estilo pulp pudo tener más significado para los contemporáneos, pero hoy, setenta y cinco años después de que ese tipo de literatura empezara a decaer, queda demasiado atrás para los lectores modernos.

 

Lo cierto es que la punzante sátira –y denuncia- que Spinrad hizo de cierto tipo de CF, cayó en saco roto porque tan solo cinco años después triunfaría por todo lo alto precisamente una obra modelada bajo los mismos parámetros que él denunciaba: “Star Wars”.

 

En conclusión, “El Sueño de Hierro” es una sátira tan contundente que entra en el terreno de la abierta crítica. Es irreverente e inteligentemente subversiva (esto es, no rebelde por el simple hecho de serlo), desafiando las concepciones del lector sobre la supuesta inocencia de la CF antigua al tiempo que deconstruye a los héroes pulp, desde John Carter a Flash Gordon, cuestionándose quiénes son realmente los villanos de ese tipo de historias. El fragmento correspondiente a “El Señor de la Esvástica” cumple su propósito, pero, al final, es más una reacción que una obra con entidad propia. Por lo tanto, son las últimas quince páginas de “El Sueño de Hierro”, las que ofrecen el comentario crítico a todo lo anterior, las que validan la novela y le dan auténtico sentido. Recomendada para para los amantes de las ucronías (siendo, dentro de ellas, única en tanto en cuanto nos ofrece una obra literaria de un mundo alternativo escrita por una versión alternativa de un personaje de nuestra Historia), la ciencia ficcion metaficcional y el subgénero satírico.

 

 

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rfog
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Un bombero forestal explica la desastrosa gestión de la DANA.

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Hola fino soy el Bombero Forestal de la Comunidad Valenciana que te hizo un aporte acerca de la Unidad Valenciana de Emergencias (UVE).
Te adjunto un hilo de X hablando sobre las movilizaciones que se nos hicieron con la DANA y el desastre de gestión no solo por parte de los políticos en la misma sino por los consorcios de bomberos que tienen que movilizar los recursos tales como los bomberos forestales.

Un saludo y te dejo mi correo por si quieres más información. @J

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@bomber_forestal

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rfog
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Anyone still have a Surface Bluetooth Adapter for Touch and Type Cover 1?

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rfog
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Cosas raras nunca vistas. Dos de ellos dicen que lo tuvieron y solo les funcionó cinco usos. Igual que mi primer rulo también de Microsoft.
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1979- UN PLANETA LLAMADO TRAICIÓN – Orson Scott Card

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Tras haberse hecho con una temprana reputación desde mediados de los 70 gracias a sus cuentos y novelas cortas, Orson Scott Card publica su primer libro… que nada tenía que ver con la CF sino con la educación infantil: "Listen, Mom and Dad...": Young Adults Look Back on Their Upbringing (1977). Gracias a ello, recibió adelantos por los manuscritos de sus dos siguientes novelas, estas sí, obras de CF: “La Saga de Worthing” y “Un Planeta llamado Traición”.

 

Ambas fueron publicadas en 1979 aunque Card, que las consideraba propias de un principiante, las reescribiría más adelante. En el caso que nos ocupa y con cincuenta páginas adicionales que trataban de aclarar mejor algunos puntos del argumento, volvió a salir a la venta en 1988 con el título “Traición”.

 

La trama tiene como protagonista a Lanik, heredero del trono de la Familia Mueller que gobierna su propio reino, uno de los muchos que existen en el planeta Traición. Los habitantes de ese mundo son los descendientes de los líderes y seguidores de una rebelión que, 3.000 años antes, aspiró a establecer un gobierno de la élite intelectual (con ellos mismos a la cabeza, por supuesto). La mayoría pertenecían a un estrato relativamente pequeño de la población: políticos, banqueros, científicos, financieros, físicos, médicos, psicólogos, teólogos, miembros de la alta sociedad, ingenieros, filósofos… A medida que la República galáctica iba tomando forma, se sintieron decepcionados y temeroros por lo que consideraban el gobierno de las masas ignorantes. Ellos creían ser los legítimos administradores y custodios del conocimiento.

 

Por nobles que parecieran sus intenciones, su rebelión fracasó y el castigo fue el exilio a Traición, un planeta cuya peculiaridad es la casi ausencia de metales, lo que les ha obligado a vivir desde entonces en una civilización de tipo medieval. Las espadas son de madera, los cuchillos de vidrio… La tecnología conocida por los humanos en ese punto no puede avanzar más allá sin metales y es por eso que ahora los habitantes de Traición dependen de los Embajadores, transmisores de materia instalados por el gobierno galáctico. La relación comercial entre las dos partes es muy sencilla: cada reino deposita una ofrenda en su Embajador local y, si al gobierno galáctico le interesa lo que recibe, envía a cambio una cierta cantidad de metal, generalmente hierro.

 

No existe otra comunicación más allá de este comercio a ciegas. Cada nación está tratando de encontrar desesperadamente algo valioso con lo que comerciar para obtener suficiente metal como para construir una nave espacial y escapar del planeta (porque no han olvidado de dónde proceden y la razón por la que están allí), aunque en la práctica se ven obligados a utilizar el mineral para fabricar armas y defenderse o intentar conquistar a sus vecinos: “El auténtico enemigo era el hierro; no el hierro para las naves estelares para escapar de Traición y regresar al resto de la raza humana. Hierro para derramar la sangre de los soldados y hacerlos morir… Eso era lo que nos estaba destruyendo. Porque, ¿qué otra elección teníamos? Si tenía algo, cualquier cosa que pudiera vender a los Embajadores a cambio de hierro, entonces una Familia se situaba en una posición de ventaja sobre todas las demás. Y por eso era necesario a cada familia proteger su independencia aplastando a todas las demás Familias que pudieran desarrollar o hubieran desarrollado algo que los Embajadores pudieran comprar”.

 

Los distintos "países" de Traición llevan el nombre de los conspiradores originales y, como he dicho, están poblados por los descendientes de aquellos y los seguidores que les acompañaron al exilio. Una vez asentados continuaron profundizando, hasta donde los recursos del planeta les permitían, en aquellos campos del conocimiento en el que se habían especializado originalmente. Después de un centenar de generaciones, muchos de esos clanes habían avanzado en esas disciplinas mucho más allá de lo que jamás hubiérase creído posible. Los “geólogos”, por ejemplo, pueden percibir, comunicarse y controlar la consciencia latente en la piedra no extraída de la corteza terrestre y en todos los minerales que la componen. Los “psicólogos” son tan hábiles en el control de su propia perspectiva que pueden ralentizar o acelerar su tiempo personal (aunque no invertirlo), experimentando un minuto como si durara horas o viviendo días en un parpadeo.

 

En cuanto a Lanik, su antepasado había sido un genetista y la élite gobernante de su pueblo fue modificada genéticamente para curar rápidamente cualquier herida, llegando incluso a regenerar miembros perdidos. Este “superpoder” les proporciona a los Mueller no sólo ventaja militar (son casi inmortales en el campo de batalla) sino la mercancía que intercambiar por hierro. Y es que un cierto número de ellos nacen como "regenerativos radicales": “Cuando algo era cortado de un regenerativo radical, volvía a crecer, se hiciera lo que se hiciese. Los regenerativos radicales volvían a reproducir cualquier imposible miembro, y le añadían otro más, hasta que morían bajo la abrumadora masa de sus excrecencias”. Lo que se hace con ellos es apartarlos y utilizarlos de “ganado”, extirpándoles los órganos, tejidos o miembros que regeneran incontrolablemente para venderlos a cambio del preciado metal (este concepto recuerda inevitablemente al inolvidable cuento de Cordwainer Smith, “Un Planeta Llamado Shayol”, incluido en su saga de “Los Señores de la Instrumentalidad).

 

Por desgracia para Lanik, cuando llega a los dieciséis años, descubre que es un regenerador radical: “Había soportado tener cuatro brazos, una nariz extra, y dos corazones latiendo sin cesar antes de que el cirujano me pasara bajo su bisturí para eliminar los excesos. Pero aún podía pretender que eran simplemente cosas de la adolescencia, tan sólo los extraños desórdenes químicos que podían hacer pensar a un Mueller normal en configuraciones regenerativas. Esta pretensión terminó cuando empecé a desarrollar un par de senos más bien voluptuosos.

—No son simplemente senos —dijo Homarnoch, el cirujano de la Familia—. Lo siento, Lanik. Son ovarios. De por vida”.

 

Esto no sólo le incapacita automáticamente para suceder a su padre, sino que le condena a vivir y padecer en los terribles corrales: “Los corrales eran mantenido bajo profusa iluminación veintisiete horas al día. Miré a través de la alta ventana de observación a los cuerpos esparcidos por la suave hierba. Aquí y allá los cuerpos que se revolcaban levantaban nubes de polvo. Los estuve mirando hasta que la comida del mediodía fue distribuida en los comederos; todos iban desnudos. Algunos de ellos se parecían a los demás hombres. Otros tenían pequeñas excrecencias en varias partes de sus cuerpos, o defectos escasamente apreciables desde aquella distancia… Tres tetas, o dos narices, o dedos de más en manos y pies.

 

Y luego estaban aquellos listos para la recolección. Observé a una criatura que avanzaba pesadamente hacia el comedero. Sus cinco piernas no se movían a un tiempo, y agitaba torpemente sus cuatro brazos para mantener el equilibrio. Una cabeza extra colgaba inútilmente de su espalda, y una segunda columna vertebral surgía de su cuerpo curvándose como una serpiente chupadora que estuviera rígidamente aferrada a su víctima

 

Para evitarle tal horror y/o que muera asesinado por su propio hermanastro, su padre, que en el fondo lo ama profundamente, opta por exiliarlo y lo envía en secreto a la nación rival de Nukumai, donde aparentemente han hallado una mercancía que intercambiar por hierro y están expandiendo rápidamente su territorio, lo que los podría convertir en una amenaza directa para los Mueller. Como Lanik tiene pechos y su juventud aún no ha perfilado claramente su masculinidad, se hace pasar por una mujer originaria del lejano matriarcado de Bird y se presenta en Nukumai como emisaria de esa nación.

 

Lanik descubre que Nukumai, cuyos habitantes viven en las ramas de inmensos árboles, está comerciando con conocimientos de física obtenidos por sus científicos, pero no antes de que lo descubran y tenga que huir. En el proceso, lo destripan y de su cuerpo, mientras se regenera, crece un duplicado completo al que mata (o eso cree él). Y es entonces cuando comienzan las verdaderas aventuras de Lanik.

 

Es capturado por piratas y abandonado en la tierra de Schwartz, donde la historia da un paso más de la CF a la Fantasía. El Schwartz original había sido geólogo y, como he apuntado antes, sus descendientes son capaces de controlar las rocas con sus mentes y subsistir exclusivamente de la luz solar. También pueden manipular casi toda la materia y "curan" a Lanik de su regeneración radical para luego enseñarle sus habilidades conectadas íntimamente con el planeta. Curiosamente, son pacifistas porque a la tierra le repele la violencia (una antropomorfización que solo sirve para anclar aún más la historia en el reino de la fantasía), así que no puede convencerles de que se unan a él en la campaña que debe iniciar para enfrentarse a los enemigos de su propia Familia.

 

Cuando Lanik intenta a continuación regresar a su hogar, descubre consternado que su doble (al que creyó haber matado) ha estado combatiendo del lado de los Nukumai, destruyendo su reputación en el proceso. La situación le obliga a él, a su padre y a su amante –junto a una menguante porción de sus más fieles partidarios- a refugiarse en la tierra boscosa de los Ku Kuei, donde descubren que éstos pueden controlar el flujo del tiempo, otra habilidad mágica que Lanik aprende.

 

A medida que se desarrolla la historia, la odisea del protagonista va ampliando su escala e intensidad, desembocando en batallas a gran escala producto de un agravamiento en la rivalidad entre clanes.

 

Siendo ya capaz Lanik de manipular el tiempo y la materia, la narración necesita a continuación un adversario con poderes a la misma altura. Y éste llega en la forma de los habitantes de Anderson, que pueden generar ilusiones que engañan a los sentidos ajenos (el Anderson revolucionario había sido un político y el líder de la rebelión, un maestro del engaño, por tanto). Lanik, gracias a su control del tiempo, es inmune a sus poderes y se pone manos a la obra para aniquilar a todos los agentes insidiosos de ese territorio.

 

Al final de toda esa ordalía, Lanik ha comprendido que el hierro no es sólamente la llave que –vía una nave estelar- daría la libertad a tal o cual Familia, sino una herramienta de la que se sirve el gobierno galáctico para mantener a los diferentes clanes en un estado de perpetua corrupción y rivalidad. Al final, él y su verdadera amada utilizan sus poderes para ralentizar su tiempo personal hasta que todos los que conocen han muerto y ellos se convierten en leyendas. Este es un recurso frecuente en la obra de Card, presente tanto en “La Saga de los Worthing” como en el ciclo de Ender, y que consiste en distanciar al héroe de su propia época sin aumentar su longevidad física. Por otra parte, no es esta la única novela de Card en la que la CF roza o pisa de lleno la Fantasía: “Hijos de la Mente” (1996), “El Maestro Cantor” (1980)  o “Wyrms” (1987) también recurren a tropos, escenarios o herramientas propias de ese último género.

 

“Un Planeta Llamado Traición” narra un viaje iniciático en el que un joven despojado de familia, comodidades y futuro, debe encontrar su auténtica identidad y propósito vital además de enfrentarse a la presión de las expectativas depositadas en él y su responsabilidad como heredero gobernante. El autodescubrimiento de Lanik está inserto y relacionado con un contexto de agitación política generalizada. Cada etapa de ese viaje pone de manifiesto las injusticias y corrupción de una sociedad oprimida, aislada o autolimitada por su pasado y unas normas inflexibles.

 

También, en un mundo repleto de seres peculiares, Lanik aprenderá tanto el valor como las limitaciones de sus poderes regenerativos, que resultan ser un arma de doble filo. Y, como en todo “Camino del Héroe”, su periplo le llevará a encontrar aliados, enemigos, traidores y guías, afrontar desafíos y sufrir pérdidas de seres queridos. Sus esfuerzos por conciliar libertad y responsabilidad le llevan a situaciones moralmente ambiguas en las que la separación entre el bien y el mal se difuminan. A través de diversas pruebas física y espiritualmente muy dolorosas, aprende que el autosacrificio puede conducir a una profunda transformación personal y colectiva. Su odisea culmina con él ya adulto y sabio, señor de unos poderes que lo convierten, de facto, en un dios y convertido en el catalizador de un cambio absoluto para todo el planeta.

 

Los temas que aborda aquí Card, por tanto, son los de la Identidad, la Libertad y las consecuencias del ejercicio del poder, yuxtaponiendo el viaje personal del protagonista con la problemática política y social del mundo en el que vive. Pero, aunque desde luego es una novela ambiciosa, también muerde más de lo que puede masticar y delata la relativa bisoñez de su autor. La narrativa es completamente líneal, limitándose a seguir a Lanik conforme viaja y adquiere sus diferentes capacidades, como si fuera un videojuego por etapas. Los diversos pueblos que han obtenido poderes, lo han hecho sin explicación razonable, describiéndoseles simplemente como personas que, con el tiempo, se han familiarizado tan extraordinariamente con el área de conocimiento que dominó su antepasado que han desarrollado capacidades sobrenaturales relacionadas con ella (excepto los propios Mueller, que obtuvieron sus poderes regenerativos mediante manipulación genética). Muchas de las incógnitas que plantea la historia se pasan por alto o ignoran, lo que puede suponer cierta insatisfacción para el lector más exigente.

 

La revisión que años después efectuó Card no consiguió arreglar otros problemas del libro: un interés amoroso poco convincente; falta de personajes femeninos sólidos y ciertas contradicciones en la caracterización. Optando por la narración en primera persona, Card no consigue mantener una línea coherente para el protagonista, haciendo que éste se adapte a la historia en lugar de impulsarla. Así, Lanik puede ser, según convenga a la trama, brutal o sentimental, impulsivo o reflexivo, vulgar o caballeroso.

 

Pero si se es capaz de pasar todo esto por alto, “Un Planeta Llamado Traición” es una novela disfrutable. Card tiene un estilo ágil que transporta al lector con facilidad de capítulo en capítulo e incluye ideas y conceptos, quizá no muy bien explicados, pero al menos sí imaginativos. Encontramos también ya desde esta temprana incursión en la narrativa larga uno de sus rasgos característicos: la exploración de los personajes y los dilemas morales a los que se enfrentan es más nuclear que la descripción detallada del universo en el que evolucionan. Además, y pese a desarrollarse en un contexto en buena medida deudor de la Fantasía Epica medievalizante, plantea cuestiones que mantienen su vigencia en nuestro presente tecnológico, como lo pernicioso de nuestros instintos chovinistas; los extremos a los que llegan los individuos arrastrados por su necesidad de pertenencia a un colectivo; o el valor de la vida dentro de una cultura de poder rígidamente jerarquizado.

 

Como segunda incursión en la narrativa larga de un autor todavía joven, “Un Planeta llamado Traición”, como mínimo, es entretenido y puede ser recomendable para cualquiera que disfrute de la obra de Card, aunque como introducción al autor existan mejores opciones.

 


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rfog
66 days ago
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Cómo librarte de un conspiranoico sin perder la paciencia

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Lidiar con un fanático de las teorías de conspiración es como estar atrapado en una «fiesta de de la varicela», inevitablemente acabas expuesto a algo que preferirías haber evitado. Mientras tú intentas disfrutar de una conversación normal, ellos ya están inmersos en una exposición interminable sobre cómo los Illuminati controlan […]
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rfog
68 days ago
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Spain
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